La semana pasada he ido a escuchar un ciclo de conferencias sobre la economía en los países en vía de desarrollo. Un tema repetido en las conferencias ha sido la interacción e interdependencia entre el mundo llamado occidental (países desarrollados) y aquellos. Los participantes han sido hombres y mujeres de diferentes posiciones laborales que tratan del tema (economistas, académicos, teoréticos, de la ONU y creo que algunos políticos o ex político). Primero quiero felicitar a los organizadores de ICS por sus habilidad de juntar personas de alta nivel y consideración en el ámbito tratado. Creo que la diversidad y procedencia de los participantes era un factor clave en el éxito de esta semana (hasta una vídeoconferencia con las Filipinas).
Personalmente, yo he ido porque gran parte de mi tesis está relacionada con la economía, o mejor decir, la situación económica durante la primera mitad del siglo XVII y por tanto, tengo mucha curiosidad (y necesidad) de entender como funciona este esquivo animal. Así que, en los últimos dos años estoy leyendo esporádicamente sobre economía, o mejor dicho, las políticas económicas, ya que dejo a las formulas con letras, números y términos de matemática a los expertos.
Es así que escuchaba en aquella semana de desarrollo a algunos de estos expertos que trabajan in situ e investigan las causas y resultados de la pobreza (o mala economía simplemente). Expertos, cuya función principal es pensar en la razón y efectos de la desdichada situación, deduciendo posibles respuestas.
Sin embargo, quiero destacar un episodio que me ocurrió allí y que me fue un recordatorio de lo que se puede percibir en ciertos momentos como una de las razones principales de aquellos problemas.
El episodio empieza con una charla en la que uno de los investigadores ha hablado de las cadenas del valor global y la necesidad de un cambio en la infraestructura y el medioambiente económico. Es decir, más que modificar los procesos burocráticos (bajar o aumentar tarifas y tasas, aplicar procesos o bien omitir intermediarios que tratan de los bienes), en los peores tiempos resulta más eficaz cambiar los factores principales del sistema económico.
El investigador ha apoyado sus argumentos con cifras impresionantes con diferencia de hasta el 30% entre el simple cambio de tarifas y permisos y el cambio más amplio del medioambiente comercial (a favor de este último por supuesto).
Por mi parte, estaba muy contento aprender estos datos ya que en cierto modo confirmaron lo que había planteado en mi tesis con las acciones del Conde Duque de Olivares. De hecho, al sustituir los banqueros genoveses por los portugueses, renovar la educación de los nobles y aspirar a una unión en los territorios españoles, intentó cambiar el sistema económico desde su fundamento.
No obstante, había un fallo en el plan del gran valido, una perspectiva imprevisible que los economistas suelen omitir, o en lo mejor de los casos, subestimar. Se trata de la reacción de la sociedad. Es decir, un tiempo de adaptación es necesario ipso facto cambiar la infraestructura. Por positivos que sean la acción y el cambio, si está en contra de la corriente social, aumenta la posibilidad de un fallo (obviamente hay más factores no menos importantes pero eso será el tema de otra conversación).
Hasta aquí todo está perfecto. Después de la charla encontré un momento para hablar con el investigador con el fin de escuchar su opinión sobre lo que planteaba. Le saludé, agradeciéndole por su sugestiva presentación y le dije que me interesa mucho porque ha conseguido mostrar como la teoría se refleja en la acción. El hombre se interesó y escuchó con atención, contento de que su charla me podía ayudar. Le comenté el tema del factor social, y me preguntó qué estoy haciendo. Le dije que soy doctorando en la universidad. Me preguntó qué estoy estudiando. No más le contesté, entendí que había hecho un gran error, le dije Filología, que estoy haciendo una tesis sobre un aspecto en el Siglo de Oro. Le seguí diciendo el tema pero ya él no estaba conmigo. Su actitud ha cambiado de repente y me encontré hablando conmigo mismo. Parece que surgió un muro hermético. Puede que ya no le interesaba más (probable) y puede que me categorizó como filólogo y por tanto… quién sabe.
Allí me quedé, esperando a una conversación apasionante sobre las teorías económicas, el comercio, cómo se puede aprender del caso del Conde Duque y aplicarlo a situaciones parecidas hoy en día (y hay más que una). Pero acabé siendo el raro filólogo, el único en una sala de economistas. El filólogo que está perdido… y no para aumentar la interdisciplinariedad… Dios nos libre.
Y me pregunto siempre, ¿si seguimos tratar cada vez sólo un tema, qué importancia van a tener las soluciones más inteligentes y creativas si luego fallan por no interactuar bien con las otras disciplinas?
Así que ¿la historia se repite? obvio, si seguimos orgullosos con la idea de que lo vivido hoy es completamente nuevo, inédito y somos tan distintos del hombre más allá de… podemos decir 30 años atrás (sin hablar de 100 o más).
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