Viernes Santo en Castilla, Darío de Regoyos; tradición y modernidad

Esta entrada es un trabajo de análisis pictórico que presenté en 2008 (por tanto algo más larga de lo habitual). Fue un trabajo especialmente grato por el afán que tengo al arte y sobre todo por lo profundo que es el cuadro tratado y su significación: el diálogo en España, primordial y vigente hasta hoy en día, entre la tradición y la modernidad.

En el libro, escrito en colaboración por Darío de Regoyos y Emile Verhaeren, titulado “España Negra” (publicación 1898) dice Verhaeren “Es necesario llevar gafas de vidrio color rosa en los ojos para ver España con tonos alegres.” Podemos decir que esta cita es la conclusión de un largo viaje que hicieron los autores por España (especialmente en la España septentrional). Regoyos mismo afirmaba describiendo una de las escenas vistas en el viaje:

para terminar esta visión tétrica citaré una procesión que vi en Rioja, donde hay una cofradía de disciplinantes que se azota cruelmente, hasta correr la sangre, hiriéndose la piel con vidrios rotos. En pleno siglo XIX, casi en el XX, sucede esto delante de un Nazareno el Viernes Santo en San Vicente de la Sonsierra, cerca de Haro, donde se transporta uno a la Edad Media, aunque por otro lado tengan luz eléctrica y se vean desde allí los trenes modernos pasar diariamente por la estación de Briones a dos pasos de distancia.”

Podemos sugerir que aquella escena que tanto estremeció a Regoyos le dio la inspiración de varios cuadros, entre los cuales incluimos: Viernes Santo en Castilla, pintado en 1904, 16 años después del dicho viaje.

De hecho, el viaje era para Regoyos la manera más productiva tanto para la vida como para la pintura. Dándose cuenta de la importancia del tren como transporte principal, el artista viajó casi por toda España (Andalucía, Burgos, Toledo, País Vasco, Barcelona, Valencia y más), a Francia y a otros países europeos entre los cuales destacamos Bélgica, donde participó en la fundación de varios círculos artísticos como les XX y l’Essor. Fue allí donde evolucionó del naturalismo a la corriente pre-simbolista. Al mismo tiempo y de manera general, empezó, sobretodo en España, un rechazo del realismo hacia un movimiento de índole impresionista.

REGOYOS

REGOYOS

¿Quién era aquel pintor Darío de Regoyos? Retomando las palabras del pintor Gustavo Cochet: «es el poeta sensible y su pintura, exenta de toda literatura, es la expresión pura de la verdadera alma en su íntima y profunda realidad». Regoyos fue uno de los más grandes reproductores pintorescos del final del s. XIX, principio del s. XX. Hijo de un arquitecto e ingeniero madrileño, nació en Asturias y siempre tenía un gran afán a lo moderno, de modo que encontramos a menudo la temática ferroviaria en sus obras (aparece en una veintena de sus obras). Añadimos al tren el viaducto, una construcción excepcionalmente favorable al pincel de Regoyos, tanto por su tamaño y estructura como por las posibilidades que abre, sobrepasando los obstáculos naturales. O bien, desde la perspectiva estilística, lo vemos como un elemento verosímil al puente en la corriente impresionista, un sujeto inspirado por la pintura japonesa.

Sin embargo no se trata aquí de alabar la magnificencia de las innovaciones romanas ni ingleses sino de un aspecto evidente, a veces polémico en la España decimonónica. Un hecho de trascendental importancia bastante difícil de cualificar por la existencia de diferentes puntos de vista. Es la referencia a la transición, a veces oposición entre 2 corrientes canónicas: la tradición y la modernización.

Por su parte, Regoyos evolucionó del naturalismo al pre-simbolismo, luego al impresionismo y finalmente hacia el puntillismo. Estas técnicas las utilizó según la situación y escena que quería pintar. En efecto, nunca sintió la necesidad de seguir tal o cual método y sobretodo no era un pintor de estudio.

Viernes Santo en Castilla, Darío de Regoyos 1904 óleo sobre lienzo

Viernes Santo en Castilla, Darío de Regoyos 1904 óleo sobre lienzo

En el cuadro se ve una escena situada en los yermos campos castellanos, una escena que parece ser mirada por un espectador. Podemos dividir el cuadro en 2 planos separados por el viaducto. En el primer plano notamos 2 bloques con un color preponderante, el color ocre. Entre éstos se ve pasar, en un camino sin pavimentar, a la cofradía de religiosos. La parte de atrás de una procesión de monjes, entre los cuales, tres llevan cirios en la mano derecha, otros más adelante, llevan la estatua de la Virgen María coronada con lo que parece una coronilla de flores. En el segundo plano vemos un tren, adelantando del lado izquierdo hacia el derecho, pasando el puente, cruzando estos bloques. En el tren distinguimos la locomotora de vapor llevando atrás lo que parece ser un vagón de tercera clase (o vagón de cargo) y 2 más de pasajeros. Parece importante recalcar la luz enfrente de la locomotora ya que nos indica la posibilidad de que el tren vaya a entrar en un túnel. El túnel es la representación de otros aspectos pintorescos, más específicamente en algunos de los cuadros regoyescos. Frente a los cuales podemos sugerir 2 posibilidades: primero que el paso del tren en un túnel remite a la entrada de la modernidad en el seno español, o sea, dentro de la sociedad española. La otra sugestión viene más bien antitéticamente a la primera y es de la desaparición de la modernidad dentro del mundo rural español, ésta segunda interpretación viene de la literatura, donde el pasaje en el túnel casi siempre lleva a la desaparición de uno o más personajes. Todavía enfrente de la locomotora percibimos el color rojo sobre el parachoques delantero, lo que quizá pueda sugerir al color que remite al mundo obrero, o sea a la industria. Salir del tren vemos el humo que va hacia atrás hasta disolverse en un cielo de día de color azul claro. Un cielo español típico que abre la posibilidad de juego luminoso.

Para presentar este cuadro podríamos primero mencionar que lo que nos atrae la mirada in media res es el contraste cromático entre la luz, los colores ocres, luminosos y el negro de la cofradía y del tren. Este contraste que pone de relieve de un lado a los disciplinantes pasando debajo del puente y de otro lado, el tren encima del puente. Notamos, mientras tanto, que están en movimiento que sigue el recurrido normal del espectador occidental, o sea, de la izquierda a la derecha.

¿Entonces qué quería decir el pintor sobre estas dos imágenes?:

La cofradía de los religiosos alude al hecho de que se trata de Viernes Santo lo que viene confirmado por el título. Viernes Santo es el día de la pasión y de la muerte del Señor. De hecho, un ayuno pascual como signo exterior de su participación en su sacrificio, es decir, hay que mostrar el sufrimiento para arrepentirse. Todavía en el título, esta procesión del Viernes Santo ocurre en Castilla, lo que remite al símbolo de la unidad española, o diciéndolo de otro modo como Regoyos y otros intelectuales en aquella época (Antonio Machado, José Ortega y Gasset, Unamuno etc.) hacen referencia a la base rural española, no sólo por el pasado glorioso sino por el incomparable paisaje. Esto y la presencia de los monjes nos hacen una referencia tácita a lo que Unamuno llamó la Intrahistoria.

El otro tema importante en el cuadro es el tren. Por ello, cabe destacar que Regoyos (1857-1913) vivió en la época de plena evolución, desarrollo en cuanto a la industria, el transporte etc. Regoyos mostró en varios cuadros su afán al tren. El ferrocarril, como fuente extraordinaria de progreso y comunicación, tenía por fuerza que ejercer una gran atracción para una mentalidad abierta y nómada como la de pintor. El tren simboliza hacer un viaje hacia el optimismo según el artista como vemos en algunos de sus cuadros (entre los más famosos destacamos “el túnel de Pancorbo”, “Viaducto de Ormaiz-tegui”).

Así que probablemente este pintor apasionado y entusiasmado nos muestra aquí un cuadro de que se destacan 2 grandes elementos antitéticos al final del s. XIX, principio del XX que son los íconos de la tradición (representada por la cofradía) y de la modernidad (representada por el tren). La igualdad de los tamaños del tren y de la cofradía crea un equilibrio, una distribución de los cuerpos dentro del espacio de manera que conformen una armonía de conjunto. Esquemáticamente, mientras el tren es cuadrado, los monjes en sus sotanas son redondos, algo óvalo. Con el contraste de las formas y el manejo de las líneas. Regoyos nos muestra que son diferentes.

Cabe insistir en las dos líneas oblicuas que cruzan el cuadro sin llegar a encontrarse nunca. Por lo tanto, de forma simbólica la  primera línea es la de la cofradía, los religiosos que caminan, se alejan de nuestra perspectiva hasta desaparecer detrás de la colina (el uso de la palabra desaparecer viene ilustrado por la imagen de la Virgen que casi se disuelve en los colores del lateral). La otra es la del tren que cruza el viaducto con velocidad y del cual vemos la parte de adelante, como cruzando nuestra mirada. Las 2 líneas se cruzan en el centro del cuadro con mucho espacio entre ellas, de algún modo el tren sobrepasa la procesión. Es decir, en un sentido simbólico se cruzan la modernidad y la tradición con mucha distancia entre ellas lo que, se supone, apoya al sentimiento de supremacía de la modernidad sobre la religión.

Será interesante estudiar el estilo, la técnica usada por el pintor asturiano que capta los efectos lumínicos con el tratamiento cromático de ocres en está versión española del impresionismo. Sin embargo, es importante subrayar que aquella técnica se diferencia del luminismo sorollista, tan de moda en esos momentos. El mismo Regoyos decía sobre este tema de pintar aquellos yermos: “para pintar este país hay que tener un poco de azul y blanco, y sobre todo una gran cantidad de ese tono café ó lait… un ocre sucio pero algo asalmonado”. Todavía con el tratamiento cromático y el estilo, bien se ve que, en efecto, la sombra no existe en este cuadro lo que remite al rechazo del pintor de los suaves matices que crean el juego de la sombra y la luz, el claroscuro. A la ausencia de la sombra se puede añadir el hecho de que los monjes teñidos en una manera borrosa, igual que el tren, así que podemos reconocer su aspecto general pero no existen detalles de personificación. Sin embargo, sí que existen matices de esperanza, como por ejemplo la búsqueda de la eternidad (de la España eterna) mediante el color azul del cielo, muy común en esta España antipintoresca (al contrario del verde europeo).

Regoyos fue criticado a lo largo de toda su carrera, principalmente porque su pintura engendra reacciones negativas, entre las cuales, el miedo de la gente. Un miedo que existe en todas las personas pero al cual los españoles fueron especialmente sensibles tanto por la pérdida de las últimas colonias como por los problemas internos del país. Un miedo de mirar hacia sí-mismo, miedo que consiste en auto criticar.

Para terminar sólo diría que Regoyos consiguió mostrar una de las polémicas más tratadas en aquella época. A través de su conocimiento de varios estilos y su nómada y abierta mente, él nos da una imagen del abismo temporal, del cambio de mentalidad, de auto reflexión como individuo y al mismo tiempo como una identidad nacional. Una creación artística optimista que igual que Regoyos el viajero, el tren está siempre en movimiento. Este espíritu de la modernización, de la regeneración que existía en España. el cruce entre el siglo XIX, un mundo de la tradición, el mundo de ayer y el siglo XX, el mundo de la industrialización, del movimiento, de la apertura mental, el mundo del mañana. Acompañamos al perspicaz pintor en su intento de dar una nueva perspectiva para alcanzar la objetividad. Suscitando en ello una nueva mirada sobre España, un poco triste, algo dramática. Aun podemos decir que es de la tristeza y no de la alegría que salen los grandes éxitos del arte. Tristeza, sobre la cual comentaba Regoyos: “por lo mismo que es triste España es hermosa”.

Rubén Darío, poeta de identidad atemporal y universal, parte I‎

Al releer algunos poemas de Rubén Darío que tenía en mi ordenador, he encontrado un trabajo que hice hace algunos años sobre el poeta. Así que voy a proponer una breve pausa de la política económica en tiempos de Olivares para algunas breves entradas sobre uno de los poetas más favoritos y apreciados (creo yo).

Primera parte, breve trasfondo:

Del pequeño istmo americano surgió gran influencia al mundo literario. Nacido en Metapa (hoy Ciudad Darío) en el año de 1867, Félix Rubén García Sarmiento, conocido como Rubén Darío, fue el “Padre del Modernismo”. Muchos magnates de la esfera literaria (principalmente del mundo hispanohablante) alabaron su talento y su persona, hasta Jorge Luís Borges quien dijo en el Mensaje en honor de Rubén Darío (1967): “Todo lo renovó Darío: la materia, el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras, la sensibilidad del poeta y de sus lectores. Su labor no ha cesado ni cesará. Quienes alguna vez lo combatimos comprendemos hoy que lo continuamos. Lo podemos llamar libertador.”

El “Príncipe de las letras castellanas” renovó, o mejor dicho, revivificó en sus poemas su lengua. Se dice que “hay quinientas páginas de poemas previos en todas las formas métricas, todos los estilos y todos los vocabularios empleados por la poesía castellana desde sus orígenes hasta 1885. No se sabe de ningún otro poeta en ningún idioma que haya tenido un (auto)entrenamiento semejante.” Un poeta prolífico que escribió, según Tomás Navarro Tomás, 37 diferentes metros y 136 tipos de estrofas cuando algunos metros y formas rítmicas fueron de su propia invención.

Se puede decir que al igual de Garcilaso de la Vega con el Dulce Stil Novo de Petrarca, Rubén Darío llevó la forma poética de Hugo, Baudelaire, Verlaine y otros poetas franceses (sin mencionar a Poe, Whitman y la influencia norte americana) a su apogeo español. Este gran poeta errante vivió y viajó por países tal como América Latina, Europa e incluso llegó a Asia. Entre los dichos países Darío tuvo una relación especial con América Latina, donde nació, creció y murió de tal forma que su poesía está llena de la búsqueda de su identidad hispanizada.

            Primero añadimos algunos elementos del contexto histórico que precedió al poeta y eso para quizá poder entenderlo mejor. Es importante recordar el contexto político y social en el cual nació el poeta (nació 10 años después del gobierno del dictador Wiliam (Guillermo) Walker y su grupo de Filibusteros de América del norte). Esa dictadura no solo causó una crisis económica en el país, sino también fue otro indicador de la frágil situación política (que Darío no cesó de denunciar). Así que con este hecho Nicaragua se añadió a los otros países hispano-americanos recién independientes con grave inestabilidad. Los años que siguieron fueron años de decadencia del gran imperio español cuando después de perder casi todas sus colonias en América entre 1810 y 1824 perdió además Puerto Rico y Cuba (esta última en 1898 después de la intervención americana). Pasemos a Europa, donde estalló la revolución industrial que provocó una ola de urbanización y creación de extensas clases obreras que llevó consigo una serie de problemas sobre todo sociales. Además, algunas reformas políticas decimonónicas siguen presentes en el nuevo siglo, así como conflictos militares, obviamente, alrededor del colonialismo tanto antiguo como moderno.

Paralelamente al contexto político notamos las nuevas influencias en cuanto al pensamiento intelectual filosófico. En efecto, Rubén Darío y sus compañeros renovaron la manera de escribir poesía consecuentemente a la ola de estudios hechos en aquella época sobre la percepción de la realidad y sobre todo de la identidad. En efecto, si nos fijamos en algunos acontecimientos que ocurrieron en aquel entonces nos percataremos del hecho de que el modernismo quería y conseguía readaptar el lenguaje, actualizarlo según los estudios científicos. Surgieron investigaciones en el terreno lingüístico con la importancia semiológica del signo lingüístico y su significante y significado; el darwinismo y su “escandalosa teoría” de la evolución; Nietzsche quien declaró la muerte de Dios etc. Todo esto más el contexto político y social preparó el terreno para una renovación hecha por la empresa precursora, “El Modernismo”, encabezada por Rubén Darío. ¿Qué es el movimiento llamado “el Modernismo”? Este grupo de poetas, escritores, pintores y arquitectos que al principio la crítica llamó descastados y “afrancesados” se inspiró en el Romanticismo, Parnasianismo, Simbolismo e Impresionismo al mismo tiempo que en el ya decadente naturalismo decimonónico. Se trata de la estética, de las evocaciones históricas y legendarias y sobre todo de la expresión de la intimidad personal. Entre sus más destacados personajes notamos los latinoamericanos: Gutiérrez Nájera y Salvador Díaz Mirón (México), José Asunción Silva (Colombia), Julián del Casal y José Martí (Cuba) y él quien fue el verdadero corifeo del movimiento, el nicaragüense Rubén Darío.